martes, 12 de diciembre de 2017

Oscar Castillo Banda


Cajamarca -1973

Concierto de voces, para animales razonables
Lo que a cada generación nos corresponde
es continuar con la obra que ayer fue maestra
y por la que quedó como pendiente:
pues, toda fuerza se agota,
todo vigor se extingue,
todo tiempo nos hace sucumbir
cayeron las torres gemelas,
el muro de indiferencia en Berlín se derribó
¿Claro que, tuvo que acontecer?
Puesto, que todo tiene su tiempo
todo tiene su hora apocalíptica.
Es la escena humanamente
de toda tarea
y de toda raíz en que se hizo la vida.
Teóricamente vivimos en un mundo
donde se hace loa a una inclusión
tan confusa como los remedos del tiempo,
se celebra el conocimiento
como una fortuna de toda sabiduría,
de toda ilusión murmurada
en un reino de dudoso privilegio,
rindiéndole culto al espíritu manso
con jubilosa bondad
aunque solo sea cierto la sombra de toda dermis,
de todos estatus
y que toda pose social
seguirá siendo el mayor espanto
en la celebración de todo acto humano.
A tanto sacudón que abate la naturaleza,
vivificante está la mentira,
que ha creado una fábrica de metal
atomizado de una crueldad
que pulveriza a cuanta alegría,
danza su andante luz alumbrante,
de cuanta energía venida,
de cuanto propósito alcanzable,
de cuanto amor unido
y a tantas santas razones
lo ha encadenado
en el equilibrio injusto de un dios
derramado de maldad
que cruje una verdad hambrienta de condena,
por algún Caín que en el espanto de sus miedos
entierra el cielo de su hermano Abel
con su muerto corazón.
Rehacer este mundo resulta utópico
como una carcajada resulta una teatral gracia,
un disimulo humano para no desfallecer,
y una fe que es el soporte de toda esperanza
en la unidad de algún compañerismo,
que aún queda en la bonanza de pocos
y en la escasez que es la suma de tantos
por ello: mostremos nuestra entereza espartana
que somos el concierto de voces,
el milagro de vidas razonables
la unidad en millones
un ejército de voces encendidas
listos para derribar los idólatras monumentos
y los sórdidos tronos.
Somos el resultado social de tantos
hagamos el registro de los que faltan
y seremos como barcas oceánicas que cobran vida
para moverse soportando la salmueras tempestades
de esos furgones guardados que en húmedos goznes
blasfeman sonidos con sus habladoras llaves,
empuñada en callosas manos que sienten dolor
en el freno de toda resistencia
como hijos de la voluntad del mar.
Tenemos que impedir que el mundo se deshaga
hay gente buena que todavía queda
no idolatremos sombras fantasmales,
no revivamos almas caídas,
no busquemos indulgencias vanas
en dioses ciegos con magia vedada
vorágine de poderes marchitos
sombras de horas inciertas y sin luz,
monarcas de la ilusión que en la noche se diluyen
como anaqueles mohosos
en un montón de ruinas demolidas
urdidos de una gloria que palpita en el desierto.
Al final de lo vivido el reloj
marcará la hora cumbre
y el señor tiempo arrastrará la vida
a los confines del recuerdo
o quizás del olvido
llevándonos con todo nuestro trajín
a las redes de un tiempo inmortal;
puesto que en este cosmos
solo estará fijada nuestra memoria
quedando pendientes las cosas
que no se concluyeron,
nuestro pensamiento levantará su vuelo
mojado por la escarcha matinal
en la gloria y pesar de este siglo
cuya llama se irá apagando
poco a poco con nuestra caducidad
de haber sido creados tan efímeros
en una rutina de vigor y cansancio
gimiendo el dolor en el mismo llanto
bajo la misma lluvia tempestuosa que a todos nos moja,
cogiendo los racimos frescos que nos regaló la vida
con las mismas manos que hicimos amanecer el día
bajo ese fuego abrigador del sol
que a todo lo calienta y también lo consume
en la tierra de uno y de todos,
en la sombra del mismo techo, del mismo cielo
que al final de la aurora o el crepúsculo
balbuceando el mismo idioma,
acaso el mismo Dios, nos iremos.

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