domingo, 16 de mayo de 2010

CHISTOPHER NOLE PANANA: PASIÓN

El enamoramiento desenfrenado los consumía rápidamente.
“Te amo”, le susurró el cerdo.
“Yo también te amo”; le respondió ella, la japonesa.
Ambos hablaban la complicada lengua de los cerdos. Sus besos, apestosos para otros, eran un remedio, un consuelo y una vinculación afectiva para estos dos.
“Siempre quise conocerte. Cuando era puerquito, hablaban los tíos sobre el Japón, y sus grandes tesoros. Quise ser un Shogún, luego un emperador, y al final, un ciudadano japonés”
“Yo siempre quise ser cerda. Estudié por eso el intrincado idioma de la especie porcina. Y envidié la ociosidad con la que se embarran en su porquería. Amo a los cerdos porque ellos aman sin condicionamientos. Algún día nos casaremos”
El cerdo, emocionado la besó en la boca, en la cara.
“Mi familia ya sabe sobre ti. Ellos quieren conocerte. Les he narrado lo hermosa, amable, y divertida que eres”, decía el puerco. “Pero tu familia sabe que soy peruano”.
La japonesa puso cara de tristeza, levantando las entradas de las cejas.
“Ellos te odian. Porque un cerdo peruano fue el que violó y mató a una niña japonesa. Ellos sienten en su corazón, la rabia y el rencor de esos padres, como si fueran los suyos, y consideran a todos los cerdos peruanos como gentuza que debería desaparecer”.

La pareja amante se encontraba sentada en la banca de un parque, en donde aún podía haber ruidos o personas de diversa clase. Se escuchaban discretamente el ruido de las luciérnagas, y más allá, el de los gatos.
Semifinalmente, la japonesa y el cerdo, se abrazaron. ¿Cómo podía ella resistir el recurrente olor a carne ahumada que despedía el animal?
“Nuestro amor es imposible” – le dijo el cerdo a ella – “Debemos separarnos”.
“Jamás”-le contestó la japonesa. “Dejaré todo atrás y me uniré a ti. Para que nuestros cuerpos sean uno y nuestro amor perdure para siempre”.
“¿Y has pensado en nuestros hijos?” – le preguntó el cerdo.
“¿Me amas o no?” – dijo la japonesa – no hablo de nuestros hijos, sino de nosotros.
“Tengo miedo de que nuestros hijos salgan deformes” – le confesó el cerdo.
Ella le dijo al oído – “adoptaremos”.
El cerdo brilló de felicidad. Encandilado por la aparente solución, ambos se dieron el tierno beso final, antes de partir hacia el hostal interespecie, en el que harían el amor.

Pero fue en ese momento, que sonó el celular de la japonesa.
Ella sacó de su bolsillo este artículo exclusivo, y le dijo al cerdo:
“Es mi papá”, y colocando su índice sobre sus labios, le indicó que no dijera nada.
Ella habló con su papá en japonés.
“Tengo que irme”- le dijo al cerdo, cuando terminó la comunicación telefónica. “Si no voy, mi padre se enojará mucho”.
“¡¿Qué?! “- le dijo el cerdo, contrariado – “¿Cuándo nos volveremos a ver? ¡Tengo que volverte a ver!”.
Ella le dio en un pequeño papel el número de su celular, y él le recitó lentamente el número del suyo propio.
“Que la llama de nuestro amor nunca se apague”- le dijo la japonesa, como gesto final.
Se dieron otro beso, más tierno aun, y se separó ella de él, quien miraba ya con nostalgia la causa de sus suspiros.
FIN

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